Six of the seven samurai from the film "Seven Samurai." Por: Andy z |
Si algo debería auto-censurarse en mi país son los insultos. Desde el motorizado que pasa –a velocidades imprudentes– golpeando mi carro con total impunidad, hasta el Presidente de la República.
¿De quién habla realmente el que insulta y agrede a otro? ¿Cómo debo hacer frente a quién pretende imponer su verdad por encima de la mía? Son preguntas para detenernos un momento y re-observar el espacio relacional en el que nos encontramos como individuos y también como miembros de la sociedad que con-vivimos y algunos deseamos mejorar.
Llámese “burguesía parasitaria”, “mafia amarilla” o “masburro” –nos guste o no- cualquiera de estas etiquetas tienen la misma emoción de fondo: el resentimiento o la rabia. A los venezolanos; en nuestra maravillosa Venezolaneidad nos gusta llamarla “arrechera”. Y como desde el paradigma ontológico juzgamos que el lenguaje no es inocente, pues sí, tu insulto habla más de ti que de mi.
Si volvemos a mirar, la palabra “resentimiento” tiene que ver con el volver a sentir. Una y otra vez volver a vivir, aquello que juzgamos nos hizo daño o nos afectó en nuestro sentir más profundo. Aquel hijo que siendo un adulto rechaza a su padre por las golpizas propinadas en la niñez, esa mujer que luego de diez años de divorciada sigue estando en la rabia producto de su divorcio o, ese grupo de personas que luego de años en el gobierno –con todo el poder político y económico a su favor– juzga al otro sector del país como los “culpables de la guerra económica”.
Entonces cuando observo que el motorizado golpea mi carro y me insulta –además de otras cosas– escucho su resentimiento social, su necesidad de que reconozcamos que existe. Cuando observo al Presidente de mi país llamar a otras personas “burguesía parasitaria” o “enemigo interno” escucho su arrechera, su necesidad de legitimación y una corporalidad derrotada. Y todo eso, por lo general, se encuentra en el morral de cosas personales que todos llevamos a cuestas.
Les comparto este viejo cuento que me ha acompañado por años, para seguir poniendo luz allí donde haya oscuridad.
La envidia, la rabia y los insultos
Cerca de Tokio vivía un gran samurai ya anciano, que se dedicaba a enseñar a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario. Cierta tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación. Esperaba a que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para reparar en los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante.El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha. Con la reputación del samurai, se fue hasta allí para derrotarlo y aumentar su fama. Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafío. Todos juntos se dirigieron a la plaza de la ciudad y el joven comenzaba a insultar al anciano maestro. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió en la cara, le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros.
Durante horas hizo todo por provocarlo, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró. Desilusionados por el hecho de que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
–¿Cómo pudiste, maestro, soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usaste tu espada, aún sabiendo que podías perder la lucha, en vez de mostrarte cobarde delante de todos nosotros?
El maestro les preguntó:
–Si alguien llega hasta ustedes con un regalo y ustedes no lo aceptan, ¿a quién pertenece el obsequio?
–A quien intentó entregarlo, respondió uno de los alumnos.
Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos –Dijo el maestro–, cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba consigo.
Autor: Desconocido
Originalmente leído en: http://consecuencias.bligoo.com/content/view/292712/Que_Simple.html